jueves, 26 de agosto de 2010

La pandemia de la influenza

No se había visto algo semejante desde 1850. Los más viejos guardaban el recuerdo de una epidemia anterior, también de cólera, ocurrida en 1833, cuya mortandad había sido altísima. En los libros de historia era posible conocer de aquellas epidemias de viruela de los siglos XVI y XVII que redujeron al mínimo a la población indígena. Pero en la segunda década del siglo XX, las epidemias sólo parecían tomar forma en los fusiles revolucionarios, en las descargas de caballería o en la voladura de trenes.
En octubre de 1918, sin embargo, la población del país olvidó por un momento la violencia revolucionaria y padeció los estragos de una terrible epidemia de influenza española que recorría varios países del orbe. La grave enfermedad de las vías respiratorias ingresó al territorio nacional por el noreste de la República. En Nuevo Laredo, Tamaulipas cobró sus primeras víctimas, le siguieron Ciudad Juárez, Chihuahua, Torreón y Salitillo en el estado de Coahuila.
El Departamento de Salubridad del gobierno mexicano hizo frente al problema y tomó medidas serias para combatirlo. El tráfico ferroviario a los lugares contaminados fue suspendido; se clausuraron cines, teatros, clubes, cantinas, pulquerías y todos aquellos lugares donde solía reunirse la gente en grandes cantidades para evitar mayor propagación.
En algunas ciudades se decretó la prohibición de circular por las calles a partir de las 11 de la noche. Se fumigaron recámaras, habitaciones, camas y lugares dónde hubiera vivido alguna víctima de influenza. Hubo autoridades que intentaron cerrar las iglesias y ordenaron descontaminar las rejillas de los confesionarios.
Hacia el 20 de octubre, los periódicos anunciaban que en Ciudad Juárez y otras poblaciones las autoridades no se daban abasto para sepultar los cadáveres de las víctimas. A pesar de todos los esfuerzos del gobierno, nada pudo evitar que la epidemia de influenza arrasara con el país.
Octubre se llenó con el olor de la muerte. Uno de los estados más afectados fue Michoacán con 48 mil víctimas. La epidemia duró poco más de un mes y en los primeros días de noviembre, las cifras de los decesos comenzaron a descender. El daño, sin embargo, estaba hecho. Las estadísticas no podían ser más escalofriantes: medio millón de mexicanos habían fallecido víctimas de la influenza durante el mes de octubre.
Ni siquiera la revolución en sus etapas más violentas había presentado tal cantidad de muertes. El movimiento contra Porfirio Díaz, el alzamiento generalizado contra Huerta y el enfrentamiento entre los propios revolucionarios arrojó un total 300 mil víctimas. La segunda década del siglo XX (1910-1920), pasaría a la historia como una de las más violentas: la guerra, el hambre y las enfermedades cobraron un millón de muertos entre los mexicanos, cuando la población total del país en 1910, era de poco más de 15 millones de habitantes.

POR EOMER

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